El dolor
29 enero 2025

Saber afrontar el dolor, el nuestro y el de los demás.
Aprender a sostener a otro en su dolor a veces es difícil porque nos enfrenta con nuestra propia vulnerabilidad.
Hoy he visto a una paciente, Carmen, quien recientemente ha terminado su tratamiento para cáncer de mama: la cirugía, la quimioterapia, la radioterapia… Actualmente está en control y libre de enfermedad. Durante la consulta, he visto un endometrio ligeramente engrosado en la ecografía que ha hecho necesaria la realización de una biopsia. Las probabilidades de que el resultado sea maligno son muy bajas, sin embargo, el hecho de enfrentarse a la palabra biopsia y a la lenta espera de obtener un resultado, ha encendido en ella la lógica respuesta de preocupación que ha desencadenado en llanto.
Lágrimas de dolor, por los recuerdos que se acumulan en la memoria, queriendo salir en tropel y sin permiso, por la incertidumbre del resultado. Tristeza por el dolor vivido, miedo a otro proceso similar. Y, en medio de este dolor, otro dolor, el dolor de causar un dolor…. Pedía perdón, lágrimas y perdón…
Al final, después de esperar en silencio, le he preguntado porqué tenía la necesidad de pedirme perdón: “por ponerte en una situación incómoda. Sé que la gente no sabe qué hacer cuando otro llora, y es incómodo…”
Es muy importante tener un espacio donde llorar sin preocuparse por el otro, donde sea el otro el que te sostenga. Y esto es difícil.
Es difícil desde el punto de vista del que necesita llorar, porque hay una pérdida de control, no soy “yo” el que cuida al otro, soy el que necesita un abrazo, un cuidado. Vernos en esta posición de vulnerabildad es difícil.
Por otro lado, a veces no sabemos sostener, ofrecer un espacio donde se dé el dolor del otro. La respuesta más inmediata consiste a veces en “hacer”, no sabemos qué “hacer”, cómo reaccionar. Pero el secreto está en salir del modo “hacer”, y entrar en el modo “estar”. Muchas veces, el otro sólo necesita que estemos presentes en este momento de vulnerabilidad y dolor, sólo estar, sin hacer, sin decir, permanecer presentes.
Respirar. No hay nada incómodo. Se disuelve la tensión, se deshace un nudo, es casi físico, se puede casi ver.
NO hay nada malo en llorar, aprendamos a sostenernos en el dolor, en la vulnerabilidad, en aquello que parece incómodo. También se desencadena un gran poder, una gran conexión en este “estar juntos” en un momento así. Para mí es un priviliegio acompañar. Te doy gracias, Carmen, por atreverte a ser vulnerable a mi lado, por permitirme sostenerte hoy en tu dolor.
Siguiendo este hilo de pensamiento, me vienen a la memoria fragmentos del libro The Gift, escrito a los 90 años por Edith Eger, una mujer maravillosa, superviviente del campo de concentración de Auschwitz:
“ La libertad es una una práctica para toda la vida, una elección que elegimos tomar una y otra vez cada día. En última instancia, la libertad requiere esperanza, que defino de dos maneras: la conciencia de que el sufrimiento, por terrible que sea, es temporal; y la curiosidad por descubrir qué sucede después. La esperanza nos permite vivir en el presente en lugar del pasado y abrir las puertas de nuestras prisiones mentales”
Este libro es un tesoro en forma de palabras, una conversación con una mujer sabia que ha tenido una vida increíble. Un lugar al que siempre se puede volver en busca de guía y consuelo. Leer, sanar.
Edith Eger. The Gift. 2020. Penguin Random House
Edith Eger. En Auschwitz no había Prozac. Editorial Planeta (traducción al castellano)
Lamentablemente, no existe traducción al catalán.